miércoles, 24 de mayo de 2017

LA LEY DE LA MUERTE




 

 

En un manifiesto de 6.000 palabras, el CEO de Facebook Mark Zuckerberg, fijaba el pasado mes de febrero las ambiciones de dicha compañía, señalando una serie de objetivos, entre ellos, el de salvar al mundo de toda una serie de peligros como las pandemias. 

Una idea que él personalmente ha empezado a desarrollar, el año pasado, a través de la Chan Zuckerberg Initiative (CZI), fundación creada con su mujer, con el fin de curar todas las enfermedades existentes en el periodo máximo de la vida de sus hijos.

El titular no se puede comprender si uno no conoce la cifra de 600 millones de dólares aportados al “Biohub”, constituido por las Universidades de Stanford, Berkeley y San Francisco, que ha permitido movilizar ya a una comunidad de científicos e ingenieros tras dicha meta, ni tampoco si uno no es consciente de los fondos provenientes de otros mecenas hasta completar los 3.000 millones de dólares en los próximos años.

Por otro lado, si uno lee el libro de Maria Blasco -bióloga molecular y Directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO)- titulado “Morir joven, a los 140” tendrá la oportunidad de conocer que ya se han desarrollado ratones denominados triple dotados de modificaciones genéticas que les protegen frente el acortamiento telomérico, uno de los principales marcadores de envejecimiento, y frente al riesgo de cáncer. En su obra se explora la posibilidad de aplicar al ser humano tecnologías similares que podrían llegar a duplicar la esperanza de vida actual y con una calidad de vida plena.

Por su parte, el ingeniero y gerontólogo británico Aubrey de Grey, va más allá de la prevención y apuesta por la reversión del envejecimiento y, en este sentido, lleva años investigando tecnologías que permitan reparar los daños del organismo asociados a la edad humana. Reparaciones que en parte ya son posibles realizar actualmente con la bioingeniería tisular y la robótica, siendo uno de los temas de investigación el corazón artificial en el que lleva años trabajando el científico y cirujano cardiovascular Javier Cabo, quien dirige el Departamento de Inteligencia Artificial, Robótica y Nanotecnología de la Universidad Internacional de Andalucía, y pionero en España en el Implante de Corazón Artificial (año 2006).

Para seguir poniendo a prueba la capacidad de sorpresa, uno puede desayunarse con la información de que los próximos juegos olímpicos de Tokio 2020, que se han diseñado para ser los más tecnológicos del mundo, incluirán las tradicionales pruebas deportivas en categoría olímpica y para-olímpica, pero, además se propone una simpática iniciativa de celebrar una de robots y otra tan disruptiva como la de Olimpiada de Ciborgs donde la Sociedad Japonesa para deportes de Superhumanos (S3) expone que las pruebas de boxeo y fútbol implicarían “fuerza aumentada”, “tele-existencia” o “visión de 360 grados”.

Quien dude hacia donde apunta lo anterior, en el más puro presente, la tecnología médica actual permite llevar a cabo actuaciones quirúrgicas, incluso el trasplante de corazón, rozándose durante este tipo de intervenciones estados muy próximos a la muerte legal ya que el paciente queda condicionado a un sistema de circulación extracorpórea, que reemplaza la activa del corazón, y con niveles de actividad cerebral reducidos al mínimo. Este es el caso de las cirugías de hipotermia profunda y parada cardiocirculatoria para reparar cardiopatías complejas estructurales. Son consecuencias de los avances de la tecnología médica, donde profesionales médicos casi literalmente nos matan y resucitan -todo ello sometido evidentemente a nuestro previo conocimiento y aceptación-.

¿Las anteriores manifestaciones que significan o hacia dónde apuntan?

Siempre he pensado que hay que huir del falso experto. Aún recuerdo un caso que me plantearon en una escuela de negocios donde convencí a todo mi grupo de trabajo de que tomar pastillas de sal nos salvaría tras un accidente de avión en el desierto. La oratoria suele formar parte de las cualidades de un buen abogado pero fui el culpable del virtual fallecimiento y peor puntuación de mi grupo en dicho curso. Para evitar la charlatanería, algo aprendí, me veo en la necesidad de reconocer que no tengo capacidad alguna para evaluar si lo anterior, es un apunte o avance de lo que algunos renombrados científicos empiezan a hablar como la potencial inmortalidad del ser humano o, si, por el contrario, no es más que ciencia ficción a pesar de la solvencia de los portavoces de alguna de las iniciativas.

Sin embargo, por otro lado, como pragmático abogado, no puedo negar, que, llegados a este punto, la combinación de ausencia o limitación de enfermedades, la prolongación de la vida o incluso el rejuvenecimiento, la ya existencia de humanos mejorados a través de implantes (auténticos ciborgs), etc. nos permiten vislumbrar que los conceptos de vida, envejecimiento y muerte se están viendo profundamente afectados por los avances científicos y tecnológicos. Es evidente el impacto legal que todo lo anterior puede tener.

Lo anterior es un concepto que ya han avanzado, antes que yo, otros compañeros, destacando como pionero entre ellos, Antonio Garrigues Walker, que comentaba esta cuestión en su artículo “La inmortalidad”. Y a quién, además, hace un año escuche en unas charlas que moderaba sobre Ciencia y Derecho, desarrolladas en FIDE -un conocido ThinkTank madrileño-. Allí tras atender a los argumentos futurísticos en esta materia de Jose Luis Cordeiro -uno de los profesores fundadores de Singularity University, centro experimental promovido por Google y la NASA, y un activo referente en la divulgación de esta materia- abogaba Garrigues Walker por un papel activo de los abogados previendo las consecuencias que en el orden legal puede tener un concepto que, aunque quizá los ciudadanos no somos conscientes en su conjunto, empieza a desarrollarse en torno a la posibilidad de una inmortalidad condicionada a que no tengamos un accidente y estemos vivos cuando estas potenciales terapias se desarrollen.

Precisamente como última sorpresa y solución de emergencia a este último hecho -sobrevivir hasta la aparición de terapias que nos curen o nos rejuvenezcan- asistimos hoy a un debate sobre la posibilidad de la criopreservación de nuestro cuerpo. Un concepto que es actualmente aplicable a la mayoría de las células aisladas, incluidos óvulos y embriones, y a algunos tejidos -como el ovárico en pacientes que van a ser sometidos a tratamientos que pongan en riesgo su fertilidad-, e incluso a algunos organismos completos adultos -siendo el de mayor tamaño conseguido hasta la fecha por el científico español Ramón Risco el gusano C. elegans, de alto valor biomédico-. Que se desea y espera para el caso de órganos -imaginen el enorme avance que supondría poner “en espera” un órgano de un donante hasta que el receptor viable lo necesite, en lugar de la actual carrera contra el tiempo que supone, en muchos casos, la pérdida de órganos y oportunidades vitales-. Sin embargo, cuando se habla de criopreservación de cuerpo completo la polémica está servida, máxime cuando a instancia del interesado expresada en su testamento vital se propone iniciar dicha técnica en estadios de premuerte legal asociándose al concepto de eutanasia.

Con todo lo anterior, no es nada descabellado prever situaciones donde, por un lado, estados de prolongación de la vida y/o de latencia de la misma, mediante avances tecnológicos que ya se apuntan, afecten a conceptos básicos como la muerte y donde, por otro lado, unos primeros convencidos empiecen a poner a prueba nuestro actual marco normativo ante Jueces que se van a enfrentar a peticiones de individuos en situaciones personales límites. Es ya muy representativo de esta problemática, la tendencia que se está empezando a detectar por el que determinadas personas de una edad avanzada están intentando encontrar instrumentos jurídicos para pre-designar la persona que debe gestionar sus bienes e incluso su persona en supuestos en que lleguen a caer en situaciones de incapacidad legal, como las que se pueden encontrar en estados avanzados de enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer.

Es por ello que jurídicamente el impacto de estas nuevas cuestiones es apasionante y abarca preguntas como cuando a alguien se le considera legalmente muerto, cuando se extingue la personalidad jurídica y se produce la sucesión, que ocurre en supuestos en los que se pueda mantener a alguien durante un largo tiempo en estadios de los que se le puedan en un futuro “recuperar”, si es la misma persona aquél que llega a ser modificado profundamente o recuperado, etc. En esta línea no olvidemos que el concepto de muerte legal no es más que un convencionalismo que trae causa de la ciencia pero que puede mutar y se debe actualizar, según los propios conceptos de muerte clínica y muerte biológica avanzan y arrastran la propia frontera legal entre la vida y la muerte.

Estos temas del futuro se abordan en torno a la Fundación Vidaplús, un Think Tank que pretende analizar de primera mano y con voces autorizadas, como será un mundo del Futuro Inmediato. En este sentido cabe destacar también el recién fundado en la Universidad Rey Juan Carlos, Observatorio de Nuevas Ciencias Sociales y Tecnologías del Conocimiento Transversal del siglo XXI, que pretende hacer prospectiva desde el rigor de la metodología de la ciencia histórica.

Son muchas las cuestiones a considerar pero según el hombre empiece a modificar de manera relevante la biología, la ley natural y el convencionalismo de la muerte legal deberán necesariamente cambiar. ¿En qué sentido?, es nuestra tarea proponer soluciones y regular. Si no es evidente que existirán vacíos legales que serán aprovechados o situaciones de deslocalización donde se pueda elegir a la carta el régimen de estados de pseudomuerte legal.

 Carlos Rodríguez Sau, Abogado. Socio de Ecix experto en Tecnología y Ciberderecho.

 

Contenido curado por Isabel Asolo (Community Manager) HERAS ABOGADOS BILBAO S.L.P.

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