Cuando recuerdo mi juventud
suelo recordar un horizonte mucho más arriesgado que el panorama actual. Uno
salía de casa sin móvil y sin la aplicación rastreadora de mamá (que hoy
sabe a cada momento adónde estás); y siendo consciente de que al salir
por la puerta uno era el responsable de volver a casa a salvo.
Recuerdo viajar por Europa y
Turquía con una amiga a los 20 años y despedirme de mis padres para volver a
hablar con ellos desde un teléfono público del aeropuerto de Frankfurt un mes y
medio más tarde, avisándoles que llegaría al día siguiente a casa porque había
conseguido lugar en un vuelo de vuelta.
En esa época yo solía viajar
con billetes sujetos a espacio, así que nunca sabía qué día podría llegar a
ningún sitio y si esa noche subiría al avión o si dormiría en un rincón del
aeropuerto.
No hubo móviles ni llamadas
de larga distancia en ningún momento durante aquel viaje y recuerdo haber
hervido dos docenas de huevos duros en un hostel de Amsterdam al principio del
recorrido y estar comiéndome el último huevo en el ferry de Ankara a Atenas,
casi 2O días después, junto con unos cacahuetes comprados en el Gran Bazar de
Estambul.
Uno ahorraba al máximo,
pero nunca se sentía “incomodo”, sino libre y feliz.
El viaje en aquella época era
mucho más sencillo que ahora e implicaba una distancia desde la cual poder
observarlo todo. No había necesidad de subir las fotos a Facebook, ni de
conseguir wifi para poder sobrevivir.
Todo esto suena muy extraño
en un mundo en donde los padres obtienen hoy el parte informativo instantáneo
de los hijos y los hijos exigen hoteles cinco estrellas y vuelos sin escalas.
Pero lo más llamativo es que todo esto haya cambiado en el breve lapso de
solamente dos décadas.
Hoy accedemos al seguimiento
intensivo de todos los movimientos de nuestros conocidos por Whats up o a
través de una aplicación de rastreo.
El hijo supervisado ha dejado
ya de sentirse controlado, para sentir que eso es muy normal y que su vida debe
compartirse permanentemente con sus progenitores y con cualquiera que esté en
línea.
El concepto de privacidad ya
no tiene nada que ver con la intimidad, sino que apunta escencialmente a la
seguridad digital y se limita a la elección del público en una red social.
Suelo escuchar a menudo a
padres que se quejan de que los hijos no se independizan nunca y de que siguen
viviendo en casa con la excusa de que la vida allí es mucho más cómoda.
Las madres en el fondo se
sienten halagadas de ser ellas las responsables de que el niño de 30 esté
cómodo en casa, pero a mí particularmente la prioridad de la comodidad a los
treinta me produce náuseas. Quizás porque erróneamente consideré que esas dos
décadas estaban pensadas para la incomodidad de generarse una vida.
Si la comodidad es lo que
prima para un individuo de 20 y 30 años, entonces ¿cuál será la prioridad de
este individuo a los 60?
Siempre me resultó extraña
esa gente que a los 20 y 3O años priorizaba la comodidad por sobre la libertad
, y ese escenario siempre me auguró malos presagios.
Sospecho que en gran medida
somos los padres controladores de hoy, los responsables de los hijos cómodos y
dependientes del mañana.
Y aquellos progenitores que
se resisten a serlo porque creen que la incomodidad que produce la libertad resulta
escencial a cierta edad, son considerados como padres desentendidos o
indiferentes.
El concepto de educación que
yo tenía hasta ahora apuntaba a la independencia y al impulso hacia la libertad
del individuo como fin; pero hoy ese concepto ha cambiado y el ideal educativo
es el seguimiento guía y el control constante de la vida del infante desde la
cuna hasta la tumba.
Esto se refleja también en la
obsesión por una formación educativa organizada que no acaba nunca,
(universidad, masters, doctorados), en donde todo apunta al mismo control; el
adiestramiento guiado permanente, sin dejar ni un hueco disponible para el
nacimiento del individuo libre.
– ” Me ignoras” le dijo
Marteen de 19 años a su padre, en una novela que escribí hace tiempo.
Y mientras John escuchaba
aquel reclamo, sobre la necesidad de hostigamiento contemporáneo que echaba en
falta Marteen y al que veia sometidos a todos sus amigos, John le decía;
– “No te ignoro, es que ahora
me toca observar cómo te haces un hombre”.
John, que parecía un padre
distante a los ojos de Marteen intentaba hacerle entender que aquella no era
una ignorancia sino un permiso, algo más parecido a un abandono positivo que a
una indiferencia.
La distancia también es un
regalo, incomprensible en estos tiempos de control y presencia abusiva; pero el
trabajo de convertirse en un individuo es tan privado y tan personal, como lo
es la libertad; ese sitio en donde lo incómodo no cuenta y la soledad duele
muchas noches. (REBELDES DIGITALES)JR
Contenido curado por Isabel Asolo
(Community Manager) HERAS ABOGADOS BILBAO S.L.P.
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