Vete a hacer puñetas. Seguro
que conocen muy bien esta frase, y es posible que la hayan utilizado alguna vez
en un momento de encendida discusión con otra persona, como forma de poner
punto final a la disputa. Ya saben lo que son las puñetas, también conocidas
como vuelillos.
Se trata de los encajes que
magistrados, fiscales, secretarios judiciales, decanos de colegios
profesionales relacionados con el derecho y doctores de universidad llevan como
bocamanga sobre la toga. Se trata de una distinción que indica la categoría de
los que lo llevan.
Lo que seguro que no saben es
que la expresión “Vete a hacer puñetas” nació a principios del siglo XIX en
Madrid y significa —literalmente— “Vete a la cárcel”.
O para ser más precisos,
“mujer, vete a la cárcel”. Porque ese era el trabajo habitual que hacían las
presas que cumplían condena en la Cárcel de Casa Galera, la Prisión Provincial
de la capital de España, que estaba situada en la céntrica calle de Quiñones, en
el barrio de San Bernardo.
Haber hecho puñetas o haber
sido llevada a la calle de Quiñones significaban la misma cosa: haber estado en
la cárcel. Hasta en la popular Zarzuela de “Agua, azucarillos y aguardiente”
quedo reflejado este hecho:
“No te pongas tantos moños,
que a pesar de tu honradez, a la calle de Quiñones te han ‘llevao’ más de una
vez”.
Las puñetas, y todos los
trabajos de encaje que se hacían en la prisión de la Galera, eran de ganchillo
de gran calidad, y su elaboración suponía un trabajo complicado, monótono y
fatigoso para las condenadas.
Así lo contaban las mujeres
que habían pasado por la institución penitenciaria. Allí además eran instruidas
en el conocimiento de la escritura y la lectura y aprendían las cuatro reglas.
Dos terceras partes de lo que se pagaba en la calle por los trabajos que hacían
mientras penaban se les entregaba cuando habían pagado su deuda con la
sociedad, para que comenzaran una nueva vida. El tercio restante se lo quedaba
la institución.
Muchas de las puñetas que llevaban
los jueces cosidas sobre las bocamangas de sus togas habían sido tejidas por
las propias presas. Algún caso se dio en que las reincidentes reconocieron el
producto de su trabajo en aquellos que las juzgaban.
La función primigenia de las
puñetas, desde principios del siglo XIV, que es de donde data su aparición, era
la de evitar el desgaste de la bocamanga. Después, para darle un sentido mayor,
se convirtió en un signo de categoría profesional.
Hoy en día distingue a los
jueces, que son el primer escalón de la judicatura, de los magistrados, que es
el escalón inmediatamente superior.
La cárcel de mujeres de la
Galera de Madrid fue clausurada, por vieja y obsoleta, a principios de los años
30, con motivo de la reforma penitenciara impulsada por Victoria Kent. Se
cambió por otra más moderna y avanzada, en el barrio de Ventas. En la nueva
prisión las reclusas dejaron de hacer puñetas, pero la frase permaneció en el
acerbo popular.
En 2007 el Consejo General de
la Abogacía cerro un acuerdo con la cárcel de mujeres de Alcalá de Henares, en
la Comunidad de Madrid, para que entre los trabajos que realizaban las reclusas
se incluyera la confección de togas con sus correspondientes puñetas, cuando
así se requiriera.
De esta forma, la frase
volvió a recobrar la actualidad que tuviera hasta hace 82 años.
Contenido curado por Isabel Asolo
(Community Manager) HERAS ABOGADOS BILBAO S.L.P.
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