Expresión
que ha aparecido tras la denominado crisis subprime, como
una de las posibles medidas para hacer frente a la misma.
Una de las consecuencias de la citada crisis es el incremento,
en el activo de los bancos, de inmuebles procedentes de embargos y ejecuciones
de hipotecas. El estallido de la burbuja hipotecaria hizo que el valor de estos
inmuebles fuera mucho menor que lo que aparecía en libros, cuando se
concedieron los préstamos. Por esta razón se les denomina activos tóxicos, por
esa gran pérdida de valor.
Entre las soluciones propuestas para “limpiar los balances de
las entidades financieras que se encuentran en problemas por este tipo de
activos está la de crear un banco malo que compraría todos los activos tóxicos
del sistema bancario, comprándolos a su precio de mercado y obligando a
amortizarlos a los bancos.
El problema para llevar a cabo esta iniciativa radica,
precisamente, en fijar ese precio de mercado para los inmuebles.
La idea de los denominados "bancos malos" se puso en
práctica en el pasado y durante la presente crisis en otros países. También lo
ha hecho en España alguna entidad, como por ejemplo, el SIP de Bankia, cuando
constituyó el Banco Financiero y de Ahorros (BFA). Sin embargo, en las últimas
semanas está cobrando actualidad la constitución de un banco malo para el
conjunto del sector bancario español. Cabe recordar que al comienzo de la
crisis se optó por la vía de avalar las emisiones internacionales de la banca,
algo que podría entenderse como una entrega de pomada antibiótica y la
prestación de asesoramiento médico para que -por sí misma- la banca se hiciese
sus curas en lugar de que el Estado la condujese al centro médico para limpiar
la infección y cerrar la herida.
Un banco malo sería una entidad que incluiría en su balance el
conjunto de créditos dudosos (principalmente inmobiliarios) que aportarían al
mismo las entidades financieras, principalmente las cajas de ahorros y los
bancos, puesto que las cooperativas de crédito se han visto, en general, menos
afectas por los activos tóxicos dada su gestión más prudente del riesgo y su
menor dimensión relativa.
De este modo, el sector bancario ya no tendría que dotar
provisiones provocadas por la morosidad de esos créditos prácticamente
incobrables y que actualmente están incluidos en su activo y, por tanto, no
tendrían que hacer descuentos de su cuenta de resultados para cubrir esas
pérdidas, lo cual está afectando a su solvencia y garantías de futuro.
Operativamente el banco malo es creado por el Estado, integrando
en el activo de su balance los créditos dudosos que le cederían las entidades
financieras pero con el correspondiente descuento sobre su valor, es decir, con
un descuento importante sobre el valor contable, pero por encima del valor de
mercado que ahora es inferior al contable. Por el lado del pasivo, este banco
malo realizaría las emisiones de deuda pública con las que se pagaría a los
bancos por esos activos "adquiridos", es decir, el Estado paga con
bonos a los bancos por comprarle sus activos "tóxicos" con descuento.
La forma de instrumentarlo podría ser a través del Fondo de Reestructuración
Ordenada Bancaria (FROB), mediante el Instituto de Crédito Oficial (ICO). Se
adivina ya que una importante cuestión será cuál debe ser el importe del
descuento aplicado a los activos tóxicos adquiridos por el banco malo y la
operativa de esta adquisición dada su dispersión entre los balances de muchas
entidades de diversa dimensión y condición.
Una vez que los activos tóxicos están en el banco malo,
quedarían en una situación que podría expresarse como de "cuarentena"
hasta que la situación de crisis se haya mitigado. De este modo, están fuera
del sistema bancario y éste quedaría "limpio". Al banco malo le
correspondería la gestión de esos activos o propiedades, así como su venta,
además del control de los préstamos a punto de entrar en mora. La posterior
venta de los activos a lo largo de los años permitiría recuperar parte del
desembolso financiado por deuda y las posibles pérdidas finales recaerían en el
Estado.
Crear un banco malo puede ser una solución final. Es costosa y
proyecta cierta imagen de impunidad para los responsables de las entidades
bancarias; pues lo mismo podrían demandar otros sectores empresariales para que
se limpiasen sus balances. Ahora bien, la indiscutible necesidad de un sector
financiero sano que permita una economía sana, conduce a tener que tomar
decisiones drásticas y viables; aunque sería de desear que se depurasen
responsabilidades y que, en el futuro, una vez saneado el sector bancario contribuyese
de algún modo como un paciente curado y agradecido.
Lógicamente, estas emisiones de deuda por parte del banco malo
tienen un coste, pero puede ser una solución viable y más barata que la actual
sucesión de un rosario de entidades con graves dificultades por la
"gangrena" que produce en sus balances y cuentas de resultados el
mantenimiento de los activos tóxicos.
La operación podría rondar los 100.000 millones de euros si se
aplicase sobre un estimación del 25% de los activos inmobiliarios de la banca
española, lo cual aumentaría la deuda pública española desde el actual 70% del
PIB (700.000 millones de euros) hasta un 80% del PIB; si bien, aún así, serían
cifras muy inferiores a ratios de deuda de otros países europeos que superan el
100% sobre el PIB.
Sería de esperar que el efecto de saneamiento producido y la
mejora de la imagen de la solvencia del sector contribuyese a reducir presión
bajista sobre el sector, a reevaluar al alza la calificación o
"rating" de la banca y del Reino de España, así como a devolver vida
y fluidez al crédito bancario, lo que permitiría la reactivación de la
financiación empresarial y del crédito a las familias; y para completar el
ciclo, ello mejoraría las arcas del Estado que podrían atender así al pago de
la deuda emitida.
En definitiva, la creación de un banco malo tiene un coste
evidente, si bien, puede ser la menos mala de las opciones para afrontar con
mayores garantías de éxito la compleja situación del sector bancario y de la
economía española en general.
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