En un
manifiesto de 6.000 palabras, el CEO de Facebook Mark Zuckerberg, fijaba el
pasado mes de febrero las ambiciones de dicha compañía, señalando una serie de
objetivos, entre ellos, el de salvar al mundo de toda una serie de peligros
como las pandemias.
Una idea que él personalmente ha empezado a desarrollar, el año pasado, a través de
la Chan Zuckerberg Initiative (CZI), fundación creada con su mujer, con el fin
de curar todas las enfermedades existentes en el periodo máximo de la vida de
sus hijos.
El
titular no se puede comprender si uno no conoce la cifra de 600 millones de
dólares aportados al “Biohub”, constituido por las Universidades de Stanford,
Berkeley y San Francisco, que ha permitido movilizar ya a una comunidad de
científicos e ingenieros tras dicha meta, ni tampoco si uno no es consciente de
los fondos provenientes de otros mecenas hasta completar los 3.000 millones de
dólares en los próximos años.
Por
otro lado, si uno lee el libro de Maria Blasco -bióloga molecular y Directora
del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO)- titulado “Morir
joven, a los 140” tendrá la oportunidad de conocer que ya se han desarrollado
ratones denominados triple dotados de modificaciones genéticas que les protegen
frente el acortamiento telomérico, uno de los principales marcadores de
envejecimiento, y frente al riesgo de cáncer. En su obra se explora la
posibilidad de aplicar al ser humano tecnologías similares que podrían llegar a
duplicar la esperanza de vida actual y con una calidad de vida plena.
Por
su parte, el ingeniero y gerontólogo británico Aubrey de Grey, va más allá de
la prevención y apuesta por la reversión del envejecimiento y, en este sentido,
lleva años investigando tecnologías que permitan reparar los daños del
organismo asociados a la edad humana. Reparaciones que en parte ya son posibles
realizar actualmente con la bioingeniería tisular y la robótica, siendo uno de
los temas de investigación el corazón artificial en el que lleva años
trabajando el científico y cirujano cardiovascular Javier Cabo, quien dirige el
Departamento de Inteligencia Artificial, Robótica y Nanotecnología de la
Universidad Internacional de Andalucía, y pionero en España en el Implante de
Corazón Artificial (año 2006).
Para
seguir poniendo a prueba la capacidad de sorpresa, uno puede desayunarse con la
información de que los próximos juegos olímpicos de Tokio 2020, que se han
diseñado para ser los más tecnológicos del mundo, incluirán las tradicionales
pruebas deportivas en categoría olímpica y para-olímpica, pero, además se
propone una simpática iniciativa de celebrar una de robots y otra tan
disruptiva como la de Olimpiada de Ciborgs donde la Sociedad Japonesa para
deportes de Superhumanos (S3) expone que las pruebas de boxeo y fútbol
implicarían “fuerza aumentada”, “tele-existencia” o “visión de 360 grados”.
Quien
dude hacia donde apunta lo anterior, en el más puro presente, la tecnología
médica actual permite llevar a cabo actuaciones quirúrgicas, incluso el
trasplante de corazón, rozándose durante este tipo de intervenciones estados
muy próximos a la muerte legal ya que el paciente queda condicionado a un
sistema de circulación extracorpórea, que reemplaza la activa del corazón, y
con niveles de actividad cerebral reducidos al mínimo. Este es el caso de las
cirugías de hipotermia profunda y parada cardiocirculatoria para reparar
cardiopatías complejas estructurales. Son consecuencias de los avances de la
tecnología médica, donde profesionales médicos casi literalmente nos matan y
resucitan -todo ello sometido evidentemente a nuestro previo conocimiento y
aceptación-.
¿Las
anteriores manifestaciones que significan o hacia dónde apuntan?
Siempre
he pensado que hay que huir del falso experto. Aún recuerdo un caso que me
plantearon en una escuela de negocios donde convencí a todo mi grupo de trabajo
de que tomar pastillas de sal nos salvaría tras un accidente de avión en el
desierto. La oratoria suele formar parte de las cualidades de un buen abogado
pero fui el culpable del virtual fallecimiento y peor puntuación de mi grupo en
dicho curso. Para evitar la charlatanería, algo aprendí, me veo en la necesidad
de reconocer que no tengo capacidad alguna para evaluar si lo anterior, es un
apunte o avance de lo que algunos renombrados científicos empiezan a hablar
como la potencial inmortalidad del ser humano o, si, por el contrario, no es
más que ciencia ficción a pesar de la solvencia de los portavoces de alguna de
las iniciativas.
Sin
embargo, por otro lado, como pragmático abogado, no puedo negar, que, llegados
a este punto, la combinación de ausencia o limitación de enfermedades, la
prolongación de la vida o incluso el rejuvenecimiento, la ya existencia de
humanos mejorados a través de implantes (auténticos ciborgs), etc. nos permiten
vislumbrar que los conceptos de vida, envejecimiento y muerte se están viendo
profundamente afectados por los avances científicos y tecnológicos. Es evidente
el impacto legal que todo lo anterior puede tener.
Lo
anterior es un concepto que ya han avanzado, antes que yo, otros compañeros,
destacando como pionero entre ellos, Antonio Garrigues Walker, que comentaba
esta cuestión en su artículo “La inmortalidad”. Y a quién, además, hace un año
escuche en unas charlas que moderaba sobre Ciencia y Derecho, desarrolladas en
FIDE -un conocido ThinkTank madrileño-. Allí tras atender a los argumentos
futurísticos en esta materia de Jose Luis Cordeiro -uno de los profesores
fundadores de Singularity University, centro experimental promovido por Google
y la NASA, y un activo referente en la divulgación de esta materia- abogaba
Garrigues Walker por un papel activo de los abogados previendo las
consecuencias que en el orden legal puede tener un concepto que, aunque quizá
los ciudadanos no somos conscientes en su conjunto, empieza a desarrollarse en
torno a la posibilidad de una inmortalidad condicionada a que no tengamos un
accidente y estemos vivos cuando estas potenciales terapias se desarrollen.
Precisamente
como última sorpresa y solución de emergencia a este último hecho -sobrevivir
hasta la aparición de terapias que nos curen o nos rejuvenezcan- asistimos hoy
a un debate sobre la posibilidad de la criopreservación de nuestro cuerpo. Un
concepto que es actualmente aplicable a la mayoría de las células aisladas, incluidos
óvulos y embriones, y a algunos tejidos -como el ovárico en pacientes que van a
ser sometidos a tratamientos que pongan en riesgo su fertilidad-, e incluso a
algunos organismos completos adultos -siendo el de mayor tamaño conseguido
hasta la fecha por el científico español Ramón Risco el gusano C. elegans, de
alto valor biomédico-. Que se desea y espera para el caso de órganos -imaginen
el enorme avance que supondría poner “en espera” un órgano de un donante hasta
que el receptor viable lo necesite, en lugar de la actual carrera contra el
tiempo que supone, en muchos casos, la pérdida de órganos y oportunidades
vitales-. Sin embargo, cuando se habla de criopreservación de cuerpo completo
la polémica está servida, máxime cuando a instancia del interesado expresada en
su testamento vital se propone iniciar dicha técnica en estadios de premuerte
legal asociándose al concepto de eutanasia.
Con
todo lo anterior, no es nada descabellado prever situaciones donde, por un
lado, estados de prolongación de la vida y/o de latencia de la misma, mediante
avances tecnológicos que ya se apuntan, afecten a conceptos básicos como la
muerte y donde, por otro lado, unos primeros convencidos empiecen a poner a
prueba nuestro actual marco normativo ante Jueces que se van a enfrentar a
peticiones de individuos en situaciones personales límites. Es ya muy
representativo de esta problemática, la tendencia que se está empezando a
detectar por el que determinadas personas de una edad avanzada están intentando
encontrar instrumentos jurídicos para pre-designar la persona que debe
gestionar sus bienes e incluso su persona en supuestos en que lleguen a caer en
situaciones de incapacidad legal, como las que se pueden encontrar en estados
avanzados de enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer.
Es
por ello que jurídicamente el impacto de estas nuevas cuestiones es apasionante
y abarca preguntas como cuando a alguien se le considera legalmente muerto,
cuando se extingue la personalidad jurídica y se produce la sucesión, que ocurre
en supuestos en los que se pueda mantener a alguien durante un largo tiempo en
estadios de los que se le puedan en un futuro “recuperar”, si es la misma
persona aquél que llega a ser modificado profundamente o recuperado, etc. En
esta línea no olvidemos que el concepto de muerte legal no es más que un
convencionalismo que trae causa de la ciencia pero que puede mutar y se debe
actualizar, según los propios conceptos de muerte clínica y muerte biológica
avanzan y arrastran la propia frontera legal entre la vida y la muerte.
Estos
temas del futuro se abordan en torno a la Fundación Vidaplús, un Think Tank que
pretende analizar de primera mano y con voces autorizadas, como será un mundo
del Futuro Inmediato. En este sentido cabe destacar también el recién fundado
en la Universidad Rey Juan Carlos, Observatorio de Nuevas Ciencias Sociales y
Tecnologías del Conocimiento Transversal del siglo XXI, que pretende hacer
prospectiva desde el rigor de la metodología de la ciencia histórica.
Son
muchas las cuestiones a considerar pero según el hombre empiece a modificar de
manera relevante la biología, la ley natural y el convencionalismo de la muerte
legal deberán necesariamente cambiar. ¿En qué sentido?, es nuestra tarea
proponer soluciones y regular. Si no es evidente que existirán vacíos legales
que serán aprovechados o situaciones de deslocalización donde se pueda elegir a
la carta el régimen de estados de pseudomuerte legal.
Carlos Rodríguez Sau, Abogado. Socio de Ecix
experto en Tecnología y Ciberderecho.
Contenido curado
por Isabel Asolo (Community Manager) HERAS ABOGADOS BILBAO S.L.P.
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