La historia, al tiempo que
nos ha dejado hitos y momentos para el recuerdo, así como numerosos ejemplos de
la capacidad de autosuperación y progreso del ser humano, también nos arroja
episodios oscuros y dramáticos, situaciones y escenas que muchos catalogarían
de días nefastos. Al fin y al cabo, un mal día (y uno bueno) lo tiene
cualquiera, y no hace falta ser Luis XVI en su camino a la Plaza de la
Revolución para plantearse la posibilidad de que uno no ha tenido una jornada
especialmente alentadora.
Ovidio, autor de los Fastos
Sin embargo, una vez más
vemos cómo el significado y el uso de las palabras se van transformando con el
paso del tiempo, y cómo una palabra tan común en nuestros días tuvo en sus
orígenes un significado bastante diferente. No cabe duda de que los idus de
marzo del 44 a.C. fueron una fecha nefasta para el malogrado Julio César si lo
pensamos desde nuestra mentalidad actual. Pero una vez más debemos andarnos con
cuidado en el uso del término, ya que sus connotaciones son bien distintas para
aquellos momentos.
Fue precisamente en la
antigua Roma donde se utilizó por primera vez el concepto de ne fasto en
contraposición al término fasto, una forma de dividir los días muy bien
descrita por el poeta Ovidio en sus Fastos, en los que dedica un extenso
análisis a la forma en que se organiza el calendario romano y la importancia de
la divinidad no sólo a la hora de dar nombre a los meses sino también de
articular toda la vida pública.
En el caso que nos ocupa,
vemos que los días fastos son aquellos en los que los ciudadanos se dedicaban a
las actividades públicas, jurídicas, políticas y laborales. Es decir, algo así
como lo que hoy entendemos por un día laborable. Por el contrario, los días
nefastos serían aquellos en dedicados a los dioses, de manera que en todos
ellos estaba prohibido trabajar o llevar a cabo alguna otra actividad que no
fuera la celebración religiosa y el homenaje a la deidad de turno. Y lo más
curioso es que no escaseaban en el calendario este tipo de jornadas, ya que de
los 354 días en que se dividía el año, al menos 109 eran fastos.
¿Cómo puede ser entonces que
un término que nació para definir a los días de descanso se haya convertido
prácticamente en lo contrario? Todo sea dicho, no todo el mundo considera que
un día laboral sea nefasto, pero puestos a elegir, seguro que la definición
encaja más con estos días que con el periodo de vacaciones o fines de semana.
Pues bien, el problema está en que tendemos a confundir la etimología de
palabras como «fiesta» o «festivo», que derivan del latín festus, con lo que
para nosotros se corresponde con los días nefastos. Realmente, lo que ocurre es
que el hecho de trabajar en un día nefasto en la antigua Roma podría acarrear
funestas consecuencias a aquel que osara no rendir culto a los dioses, de
manera que se acabaría asociando este matiz negativo al término. De tal modo
que más valía dejar el trabajo por un rato si no se quería ser víctima de una
desgracia.
En la actualidad, hay veces
en los que más de uno nos levantamos pensando que no es nuestro día y deseamos
que pase rápido una jornada que se antoja nefasta. Como nosotros, muchos otros
antes lo habrían hecho, pero lo interesante es que no siempre con la misma
intención y significado. Es un ejemplo más del carácter cambiante del
vocabulario y de lo curioso y complejo que puede resultar el mundo de la
etimología. Miguel Vega Carrasco.
Contenido curado por Isabel Asolo
(Community Manager) HERAS ABOGADOS BILBAO S.L.P.
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