Las inversiones más habituales de particulares y
empresas, por una simple cuestión de la tradicional aversión al riesgo de los
inversores, suelen dirigirse más a los valores de renta fija que a los de renta
variable. Dentro de los valores de renta fija, los bonos u obligaciones son los
títulos más demandados por dichos inversores, bien directamente, bien a través
de instituciones de inversión colectiva, como fondos de inversión, o bien a
través de fondos de pensiones.
Cuando se ha invertido en una cartera de bonos, el
inversor suele considerar que tiene una inversión segura, en la que va a cobrar
cupones y que no tiene riesgo de pérdida para él. Sin embargo, ello no es así,
ya que, dejando al margen el riesgo de contraparte, según el cual el emisor
podría quebrar y no pagar ni el principal ni los intereses, la cartera puede
verse afectada entre otros por el riesgo de tipo de interés. En base a ello, si
los tipos de interés suben en el mercado, el valor de los bonos de la cartera
disminuirá, y si el inversor necesitara liquidez por algún motivo, podía verse
impelido a vender sus valores con pérdidas, que pueden ser del 20% o del 30% de
la inversión realizada.
La cuantía de la pérdida estará en función del plazo
de la inversión, y más concretamente de la “duración” de la misma. Cuanta mayor
duración, mayor será la exposición al riesgo de tipo de interés, y por tanto
mayor el riesgo de pérdida en el caso de subida de tipos. Es por ello, que en
las últimas décadas se han ensayado técnicas de cobertura total o parcial del
riesgo anteriormente indicado. Una de ellas es la denominada inmunización de
carteras.
La inmunización, por tanto, consiste en reducir, y
si es posible eliminar, el riesgo de tipo de interés que afecta a una cartera
de bonos. El objetivo es evitar que la evolución de los tipos de interés a
largo plazo pueda afectar al valor de los títulos que componen la cartera, de
manera que para un período de tiempo concreto, el valor final de la cartera
coincida con el valor inicial. Este planteamiento puede ser matizado con
determinados incrementos de valor en función de la rentabilidad existente en el
mercado para una cartera de esas características.
El inversor invierte durante un período determinado,
y espera obtener una rentabilidad específica, no queriendo que le afecten los
movimientos externos de tipos de interés. La inmunización trivial se formaría
mediante una inversión en un bono cupón-cero cuyo vencimiento se correspondiera
con el plazo al que el inversor desea invertir. Por las propias características
del bono cupón-cero, tanto el principal como los intereses se pagarían al
vencimiento, por lo que la rentabilidad estaría garantizada.
No obstante, la inmensa mayoría de los valores de
renta fija son bonos con cupón explícito, por lo que es preciso utilizar
medidas para evaluar ese riesgo de tipo de interés. Como hemos indicado
anteriormente, la duración media de los activos será la medida que se utilizará
como referencia de cara a lograr inmunizar la cartera. Evidentemente, una
cartera tiene diferentes activos con diferentes vencimientos, por lo que si se
desea inmunizar la cartera un período suficientemente dilatado, habrá que tener
en cuenta que habrá activos que salgan de la cartera porque se amorticen o se
vendan, y activos que entrarán porque serán adquiridos, aunque sólo sea para
sustituir a los que se han dado de baja.
La tradicional medida de duración de Macaulay
considera como hipótesis una estructura temporal de tipos de interés (ETTI) que
se identifica con una curva estable de tipos a lo largo del tiempo, o “curva
plana”. Obviamente, este modelo no es el más habitual y en cualquier caso no se
mantiene a lo largo del tiempo, lo que conlleva que la inmunización realizada
con esta medida no será eficaz en un determinado horizonte temporal.
En cualquier caso, la inmunización será
necesariamente variable a lo largo del tiempo, y los instrumentos habituales
para realizar dicha inmunización, serán los productos derivados, concretamente
la venta de futuros sobre el bono nocional o la compra de opciones de venta
sobre dichos futuros. En este último caso, será necesario incorporar el coste
de las primas a la hora de evaluar la rentabilidad esperada por el inversor
para el plazo de inversión.
Los gestores de carteras a veces asumen un modelo de
gestión denominado de inmunización contingente. En base a él, los gestores
fijan un límite a las pérdidas que su cliente está dispuesto a asumir. Si se
llegase a ese límite, el modelo de gestión procedería a realizar una
inmunización “pura” de la cartera, cerrando la posibilidad futura de que puedan
producirse pérdidas o beneficios diferentes de la rentabilidad pactada con el
cliente.
En la inmunización contingente, la cartera de bonos
se administra activamente, y este planteamiento es mantenido por los gestores
siempre que se obtengan resultados favorables. Es precisamente, el cambio en
los resultados lo que marca el cierre de cartera a la influencia de factores
externos, generándose la inmunización por el período considerado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario