Sea para bien o para mal, todo lo que rodea al mundo
del ladrillo es uno de los vectores fundamentales en torno a los que gira la
actividad económica española. El sector inmobiliario fue el gran motor del
espectacular crecimiento de la economía nacional de principios de siglo, cuando
el precio de los pisos subía como la espuma, las grandes fortunas aparecían
como hongos y el crédito hipotecario sobraba. Pero también fue el acelerador de
la tremenda crisis de la que aún tratamos de desembarazarnos. Los precios y las
ventas se hundieron y las grandes grúas desaparecieron del perfil de las
ciudades prácticamente de la noche a la mañana.
Este perverso péndulo parece estar situándose ahora
en el terreno de la vuelta a la actividad, hasta tal punto que una buena parte
de los expertos se atreven a aventurar que ha comenzado una nueva era
inmobiliaria. Y sustentan ese diagnóstico con la constatación y descripción de
varias tendencias. La primera y más significativa tiene que ver con el precio
de las viviendas. Tras siete años consecutivos de descensos significativos, el
viraje comienza a ser notable. De acuerdo con los datos oficiales, a finales
del segundo trimestre del año el precio de las casas crecía un 5,1% respecto al
de un ejercicio antes. Idéntico ritmo al que aumentaban justo antes del
estallido o de la crisis. El encarecimiento de las viviendas ha estado
acompañado por un notable aumento de las compraventas. Aquí los datos vuelven a
ser tozudos. En el transcurso de los seis primeros meses del año se cerraron
188.432 operaciones, con un alza de casi el 8% sobre el mismo periodo del
ejercicio precedente.
Junto a estos dos factores, los analistas destacan
un tercero: la paulatina reducción del stock de viviendas sin vender, que en la
actualidad es aproximadamente un 17,5% inferior al máximo, que fue alcanzado en
2009. El duro ajuste sufrido tanto en el sector financiero como en el
inmobiliario, junto a la lenta pero sostenida mejora del acceso al crédito, han
favorecido esa disminución de pisos varados.
Otro de los factores relevantes a la hora de
analizar el fenómeno de la resurrección del negocio inmobiliario radica en
determinar el origen de las adquisiciones. Este muestra que los compradores
extranjeros están desempeñando un papel estelar en esta revitalización, muy
especialmente en las zonas turísticas. Durante el primer trimestre del año, el
17% de las operaciones fueron efectuadas por inversores residentes en otros
lares. La mejora de las condiciones económicas en países como Alemania o Reino
Unido, unida a la reseñable depreciación del euro, han abonado ese proceso.
Esta tendencia relativa básicamente a inversores particulares también se ha
extendido a los grandes, a los institucionales. Con un elemento añadido. Los
fondos ya empezaron a observar meses atrás que el precio de la vivienda había
tocado fondo y que las condiciones de mercado –nacionales e internacionales–
anticipaban un ciclo de incrementos de precios notable y sostenible. Este es,
precisamente, el ciclo en el que está empezando a moverse el negocio
inmobiliario, según el consenso de los analistas consultados. Y es en este
escenario en el que han empezado a aparecer nuevos jugadores y nuevas
posibilidades de inversión para el pequeño ahorrador, como son las socimis.
Merlin, Lar, Hispania y un largo etcétera se han convertido en los agitadores
de un mercado en ebullición.
Es evidente que los síntomas de recuperación del
mercado inmobiliario están ahí. También lo es que la economía española siempre
tendrá en el negocio ligado a la vivienda uno de su puntos fuertes, por razones
claras. Pero igual de cierto es que un modelo económico de futuro no debe
basarse casi de manera exclusiva en un elemento tan volátil como el negocio
inmobiliario. De ahí que tanto el Gobierno como el resto de las
Administraciones y reguladores tengan ante sí dos obligaciones. En primer
lugar, vigilar que no se cometan los excesos que desencadenaron el estallido
del globo inmobiliario, tanto en la alegre concesión de créditos como en la no
menos masiva concesión de permisos de construcción. Y en segundo lugar,
perseverar en la agenda reformista impulsada por el equipo de Rajoy y facilitar
el desarrollo de actividades que aporten innovación, nuevas tecnologías,
competitividad y emprendimiento.
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